sábado, 21 de julio de 2007

La poesía es como la música: no tratando de decir nada nuevo, sacia el vacío.

Ciorán





NOTA DEL AUTOR



Desde niña sentí siempre una enorme atracción por la escritura. Encontré al escribir mis fantasías el placer de verlas convertidas en una realidad que se repetía como una experiencia distinta en cada lectura.

La literatura es por sí sola lo que me seduce. La mecánica de mis versos no es siempre la transformación de una realidad física a la literaria, sino el descubrimiento de aquello que desconozco y va apareciendo repentinamente en el papel, para dejarme perpleja.

Charlotte Bronte dice que “el escritor que posee el don de la creación, tiene algo de lo que no es siempre el amo, algo que a veces decide y funciona por sí mismo”. La escritura es como el monstruo de Frankenstein que se le escapa de las manos a su creador.

La sexualidad puede o no estar vinculada a lo textual, Anais Nin y Henry Miller presas de la seducción literaria durante trece años confiesan que el placer físico era inexistente en una etapa de su relación y fue a través de la palabra que nació esa pasión desenfrenada.

Entregarse al placer de la palabra es buscar el significado de sus combinaciones en nuestro Yo interno. Es descubrirnos en la página. El lector seducido se lanza al texto olvidando la diferencia entre su realidad y la que produce su experiencia de lectura. Así es que uno cambia después de una lectura, y esta modifica incluso nuestras vivencias.
El verdadero objeto del deseo se vuelve la proyección de nosotros mismos, el reflejo de nuestro inconsciente en un espejo. Se podría tachar a lectores y escritores de narcisistas, pero más que eso, leer y escribir es una especie de psicoanálisis. Lector o escritor se observan a sí mismos en el texto y eso es lo que los asombra.
Para los surrealistas todo hombre puede ser poeta si se deja llevar por la escritura automática. El inconsciente es poético, filosófico, mítico. La mitología de cada persona se puede encontrar incluso en sus propios ensueños, ahí encontramos los monstruos más espeluznantes, nuestros héroes y nuestros dioses.
Así mismo la sexualidad vista como un símbolo, no se reduce a un éxtasis carnal, la sexualidad tiene diversos valores entre los cuales el principal y el supremo es la función cosmológica. Traducir la psique en términos sexuales como lo hizo Freud no es humillarla ya que el acto sexual ha sido por siempre un acto integral de la historia sagrada, de la cosmogonía y del inicio de todo. Un acto que no sólo explica el origen del hombre sino del universo.

Un símbolo es una realidad que representa una idea difícilmente accesible al espíritu. Eso es también la poesía. Las palabras son símbolos, las metáforas son símbolos y es por eso que la poesía permite el acceso a un universo desconocido. Nos guía hacia el Yo y las profundidades vinculando los mensajes codificados que la simple razón no sabe explicar. El descubrimiento de la poesía abre un campo de reflexión y meditación, nos permite profundizar en las imágenes y liberarnos de la materia y del tiempo, de trascender el sentido convencional de las cosas elevando la experiencia de la lectura de un verso al mundo espiritual.

El lenguaje es un calidoscopio de emociones. No hay nada más sutil que la seducción del lenguaje. No es el placer carnal el que imprimo en la hoja en blanco. La materia no podría elevarse a un plano divino sin la palabra. La palabra es el origen de todo, sin ella, sin sus vibraciones, la expresión del placer queda nulificada y ¿qué es el placer sin expresión?, ¿a qué queda relegado?

A través de los años, me he reído con las palabras, maravillado con sus significados y emocionado como con nada al descubrir algunas que me fascinan. La composición de las oraciones me divierte y ofrece significados de riqueza inmensurable. Hay frases que me han hecho llorar mares, otras con las cuales he podido al fin comprender lo inexplicable. Sin embargo hay algo más en las palabras, algo que me estremece: su sensualidad.





Mentiras

Los poetas mentimos
Creadores de un mundo
que se arruga y borra
fingimos poseer
la perfección del sufrimiento
la llaga del amor
la sublimación del viento
las huellas de la luna

Inventamos palabras, versos
símbolos imposibles
Soñando vanamente
hacer propio
ese fugaz universo
que resbala ante nuestros ojos
y se impregna para siempre
en el abismo de una página



Olvidos

No sé de palabras
sino de olvidos
de letras
que se hacen humo

No soy de historias
sino de amares
de adornar cariños
y empaparlos

No tengo números
rotos ni nuevos
en el camino
diluidos
se han quedado

No llevo llaves
ni pongo cerrojos
todo se me escapa
y regresa solo



Nada

En el volver eterno
también queda atrapada
su Silenciosa Majestad:
La Nada

En el insípido instante
al hurgar
no encuentro
soplos escépticos
o el asomo chispeante
de una iniciativa

Ni siquiera
el conminatorio susurrar
de la conciencia

Nada

No hay asomo de voluntad
supresión de sentimientos
Desaparecen las palabras

La hoja en blanco
ni siquiera existe

En nulidad no surgen esperanzas
sino un aguardo estéril
que se rompe
cuando el pleamar inunda
nuevamente el círculo

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